¡Sucede que ya estamos aquí!
Quien se escapa, se sale, evade dardos permanentes e incesantes de comunicación socializada; dura, estridente, estrujante, catastrófica.
¿Y ella lo sabe?, ¿O no está enterada de eso? Esta como aturdida y el sonido viene en electromagnetismo, en bits seudo-comunicativos, implementados en mini-utilidades que los homínidos han descubierto. Viene en iconos, en "technicolor" de cine y televisión. Y cuando sucede lo ya ocurrido, ahí están, así a nuestro lado. Fueron abrumadamente invadidas de lo que les tocaba irremediablemente como género, lo que sus bisabuelas construyeron, sus abuelas deconstruyeron y sus madres reconstruyeron, en el ir y venir de lo femenino historificado. Como dice la poeta que le escribe a las Evas:
mujeres acostadas,
grandes hormigueros bajo el alerce,
tierra antigua acribillada de amantes
Anne Hebert
El ser mujer se complica en esta modernidad-postmodernidad, donde talibanes, y violencia intrafamiliar del mundo occidental judeocristiano -más judío que cristiano-, conjuran demonios, se conjunta en fenómenos gemelos y abandonan, cuando: piensa, discierne y aplica lo que sabe, soterrada en esa soledad-ensimismamiento, de una supervivencia y autoerotismo; tiempo en que la compañía genérica se transformo en amenaza, en ultraje. Un hilo delgado de la cultura con el que se cosen los ropajes de la vinculación, en lo intimo de las dieciocho paredes del hogar. Sucede que ahora, ya no quiere vivir con nadie; la soledad -la cual por cierto la tolera mucho mejor que el hombre-, es su escudo.
Y el animo empuja a la convivencia hacia el otro alter. El pistón de la filogenia la llevan a la búsqueda del amor. Es suficientemente fuerte este gradiente de presión para que "él" no quede muerto, no desaparezca del panorama, no se esfume de la bitácora de su vida, no sea que se haga como la leyenda de los barcos fantasmas y la asuste cuando aparezca. Ella se moriría -como la niña de Guatemala-, o se enfermaría y le venderían kilos de prozac para su depresión.
Y así, en su imaginario aparece el otro alter genérico, investido con un disfraz que ella le ha puesto "a priori": agradable, bello, fuerte, de convicciones nobles, gracioso en la convivencia, inteligente, -como ellas-, tierno y cercano; si se puede angelical, casi el dios Dionisos traído a la tierra para ellas. Si existe talento, discernimiento, perspicacia, madurez y comprensión de situaciones, mejor; y tantos y tantos "y´s", que se le pueden sumar al pedido telepático, telecibernético, telegráfico, televisivo, tele...
Y el tiempo pasa y los bits no contestan y si lo hacen, no son suficientes. Faltan respuestas que cumplan lo que lo onírico si les regala de manera gratuita, lo que el anhelo nunca mata, lo que el deseo megalomaniaco e implacable nunca resta. Les faltan los bits exactos que les digan te respeto, aunque tu no hayas aprendido a respetarme; te comprendo, aunque tu no hayas aprendido a comprender el género opuesto a ti; te acaricio, aunque tu no sepas que el cariño, debe de ir, siempre e irremediablemente acompañado de una caricia, física o psíquica -para el caso da lo mismo-, que si no, no es cariño; te amo; aunque ni de asomo, ni por atisbo, sepas lo que es el amor en el hombre y en la mujer con sus semejanzas y diferencias genéricas.
Y la modernidad-postmodernidad se vuelve ficticia y doblemente mentirosa con los, 4, 8,16 bits enviados y faltantes. Ni la eficacia de la cibernética puede llevar la exactitud del sueño vinculatório, exacto, perfecto y sin errores del género soñador mas bello del planeta. Hay factibilidad, no praxis, hay posibilidad, no concreción, hay perspectivización futurista, no presente corporal tangible, agradable, cálido, acariciante.
Magro adelanto nos trajo la modernidad-postmodernidad a estos dos géneros sufrientes, -y aun a los que no encajan en estos dos géneros bíblicos, aunque la postmodernidad, aparente que los acepta, cada vez más-.
Ser mujer en el mundo occidental judeo-cristiano, -insisto y subrayo, más judío que cristiano-, ahora que Scorcece (historias de Nueva York) nos la ha pintado tan bellamente, es un verdadero laberinto. Para algunas escasas y diáfanas gentes, a veces con salida, y para otras sin ella, los múltiples miedos xenofóbicos y etnocentristas en esta globalidad convenenciera y sectaria nos abruman; la repulsión enfermizamente compulsiva a un dolor sano y necesario de desarrollo, crecimiento y madurez junto con las angustias existenciales, han pasado de moda. Estos fenómenos no debían de existir; debía haber un seguro GNP o Comercial Mexicana que nos protegiera de ellos.
Es tanto el exceso de glamour y perfume que ya no sabemos dónde comenzó el desconocimiento de esta hominicidad evolutiva-involutiva de la cual desconocemos donde inicio el error, donde se retorció la charamusca, donde se escatimo la verdad. ¿Acaso ha existido ella, dicen algunos filósofos postmodernos?
Poder, dinero, avaricia; planificación hecha por las cúpulas del poder mundial; tan a la Henry Kissinger, cuya definición del amor: "El poder es un afrodisíaco mil veces más excitante que el amor", es la preponderante; este filósofo humanista del siglo XX tan olvidado, debía de dar cátedra sobre calidad humana compartida en el Vaticano. Miedos, amores, caricias, angustias, fenómenos ahora mas que nunca prevalentes, en esta desvencijada historia a la que ya nadie le cree, la definición de la vinculación amorosa del tipo romántico a la "Shakespeare", nos parece inservible, chatarra desechable.
Mujer que sueña, que espera, que vive, mujer en la cual aun se abre, en el medio de su cuerpo el calor pulsional de su instinto de reproducción materno, mujer culturalmente anegada de información no decodificada. Su expresividad ha sido trastocada y retorcida, entelarañada por el ajetreo del vivir para trabajar, no trabajar para vivir, de la vida "ready made", aun en nuestro despreciado y menospreciado, México, DF. o Guadalajara; cual metrópolis sub-realistas de poderes conservadores y liberales.
Mujer solitaria que desde nubes observa: ¿al hombre?, ¿su castratus?, ¿olvidado amante?, ó como decía Neruda: Tengo el derecho de decirte... compañero. Y aun así, individualidades que leen la vida con códigos tan diferentes, que algunos investigadores bastante serios han dicho que casi somos especies diferentes, donde uno y otro quieren hacer validas sus percepciones mundanas y celestiales del acontecer diádico del ensueño, nunca olvidado del instinto oculto de la pulsion necesaria.
Mujer y hombre, al fin, en esta postmodernidad, un factor más de las leyes ocultas de nuestra naturaleza aculturada a mazazos y a martillazos de socialidad androcrático-religiosa, destartalada cuando los códigos comunicativos en estos homínidos que caminan incesantes -o al menos ellos creen caminar-, ya no funcionan; códigos perdidos en la vía láctea, por lo menos mientras otro meteorito nos mejore las situaciones dadas.
Jesús Mejía Gudiño