Esa luz la sombra

2005

Cuenta la leyenda –Ovidio la recogerá después en sus Metamorfosis-, que aquella joven perseguida por la lujuria de un dios suplicó ser salvada. Al escucharla conmovido, el dios río, pues la muchacha era hija suya, le concedió escapar transformándola en un árbol. De pronto, sus pies delicados se tornaron en raíces, la savia comenzó a circular a través de su cintura, sus brazos fueron ramas y sus dedos verdes hojas. De esta historia, José Castillo nos cuenta sólo la parte última: cuando todo vestigio de la muchacha ha desaparecido y las hojas tiemblan, todavía frescas, en la luz. Aérea, edificada mediante calculadas sutilezas, su pintura nos revela ese misterio que despunta en los vegetales filamentos. Es la celebración de un reino que se encuentra todavía cerca de la mano y al que la mirada acude en busca de un antiguo consuelo. Las hojas se desperezan cobijadas aún por la claridad de una mañana sin memoria o se recogen en la porción de sombra que cada una de ellas alimenta en su seno. Aisladas o en súbito archipiélago, las hojas de José Castillo mantienen la vibración original, el pulso de un instante salvado mediante la tenacidad de la pintura

Jorge Esquinca